Capitulo 4:
Batalla Fatídica
Al volver a Boreack, me encontré algo incómodo, como quien sabe que algo malo va a ocurrir. Por lo general el ambiente allí era bastante relajado, salvo cuando atacó el Dogo.
Tras desayunar, Zarkar nos mandó a Yarakal y a mí a por leña para preparar la comida y algunas bayas. También me dio una pequeña libreta con la tabla de los materiales necesarios para la espada. Resultó que uno de ellos se encontraba en el bosque, en un lugar cercano a donde nos dirigíamos a por los troncos. Según la misma, este material era duro, pero fácil de extraer puesto que se presentaba en láminas. Su color era morado apagado.
Estuvimos caminando un rato por un pequeño sendero que cruzaba esa parte del bosque. Según Karmack, el bosque se dividía en tres: La capital del Bosque Norte, La capital del Bosque Sur, y La zona donde nos encontrábamos y estaba la casa.
Ya cuando empezamos a recoger la leña entablé conversación con Yarakal:
- Lo siento Yarakal, me tengo que ir un momento. No tardaré mucho.
- ¿A dónde se supone que vas?- Me pregunto interesada.
- Perdón, no puedo decírtelo- Me excusé mientras su cara se tornaba más dura- pero dentro de poco lo sabrás, te lo aseguro.-Finalicé tranquilizadoramente.
Esta vez con la cara más suave me contesto:
- Vale. No tardes mucho que tienes que ayudarme a cargar con todo esto. ¿No querrás que una dama lleve todo, no?
- Gracias. Adiós.
Y me marche corriendo en busca del material.
No tarde mucho en encontrarlo, y fue relativamente fácil de extraer de donde se encontraba. Lo único que se me había olvidado preguntarle a Zarkar era qué cantidad de material necesitaba, así que cogí todo lo que pude y me lo guarde en una especie de zurrón hecho con pieles.
Cuando volví con Yarakal la encontré tendida en el suelo dando una cabezadita.
- Despierta… - Le susurre al oído mientras la zarandeaba un poco- Despierta.
- Mmm… ¿Qué?- Abrió los ojos y comenzó a estirarse- A Alakan. Estaba descansando un poco. ¿Ya terminaste?
- Si, si. Volvamos pronto a casa.
Cogí la mayor parte de la leña, y emprendimos el camino de vuelta. Allí en Boreack, el tiempo parecía discurrir a la misma velocidad que en mi mundo, pero según el reloj que siempre llevaba puesto, amanecía a las siete de la tarde y anochecía a las ocho de la mañana. El reloj y algunas cosas que llevase puestas encima a la hora de dormir, como pulseras o la nota con la que había descubierto que ese mundo era real, era lo poco que podía pasar entre los dos mundos. Más de una vez Karmack y el resto me habían preguntado que era lo que llevaba en la muñeca, pero cuando les decía que era un reloj, ellos no sabían que significaba. En Boreack no existían los relojes.
Cuando ya llevábamos un rato caminando y nos acercábamos a un claro del bosque, el ambiente comenzó a tornarse más pesado, lo que me recordó el sentimiento de esa “mañana” e hizo que me pusiera en guardia. Siempre llevaba una espada colgada al cinto. De repente el Dogo salió de detrás de unos árboles. Estaba ileso, como si la batalla de hacía unos días no hubiera ocurrido nunca. Rápidamente solté la leña y desenvainé la espada, al tiempo que le gritaba a Yarakal que se alejase para pedir ayuda a Karmack, el cual ya estaba algo mejor. Pero no me quería dejar solo. No quería que me pasase nada. Que-ría que me fuese con ella. Yo no podía hacerle caso, ya que si escapábamos los dos nos acabaría atrapando a ambos gracias a su rapidez. Le di un leve empujón para que recapacitara mientras le volvía a gritar que se marchara a pedir ayuda. Por fin me hizo caso y marchó.
Solo estábamos el Dogo y yo. Frente a frente. Comencé a dar vueltas a su alrededor, con la espada lista para una estocada. Sabía que no podía hacerle ningún daño con esa espada, pero era lo único que tenía a mano. Estaba tan concentrado en la posibilidad de que el Dogo saltase sobre mí que no me di cuenta de que cada vez estaba dando vueltas más cerca de el. Cuando lo vi fue demasiado tarde. El monstruo era rápido y letal, aunque yo había estado entrenando con Karmack y había mejorado desde la última vez. De repente levantó una de sus peludas patas y lanzó un temible zarpazo que conseguí eludir por los pe-los, haciendo que se estrellase contra un árbol, partiendolo por la mitad. Si una de esas garras me llegaba a dar estaría en serios problemas. Rodé a la derecha al tiempo que otro zarpazo pasaba rozando mi cabeza. No era capaz de acercarme. No podía siquiera hacerle un rasguño. Me incorpore y vi venir otro más. Ahí tuve mi error. Levante la espada delante mía con la intención de para su ataque y lanzarme sobre él, pero cuando sus garras tocaron la espada, en vez de pararse cortaron limpiamente el acero y se hundieron en mi pecho. Caí pesadamente al suelo, quedando apoyado en el tronco de un árbol. Los últimos retazos de mi memoria solo recuerdan la llegada de Karmack con su springfiel, la horrorizada cara de Yarakal al verme, y las palabras que me dijo mientras me abrazaba llorando.
- Por favor… No te vallas…
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